Ainda tenho muito para escrever sobre o fenómeno Podemos (e até certo ponto o Syriza antes de ganhar o governo), como desafio inevitável à renovação da esquerda tradicional. Se um partido que afirma não haver mais esquerda-direita tem o sucesso que tem, a esquerda, no caso a IU espanhola, tem de pensar bem.
Hoje não vou ainda escrever sobre isto, muito menos sobre a sua base ideológica, o populismo de Ernesto Laclau e Chantal Mouffe. Vou-me centrar na polémica recente, depois da coligação Unidos Podemos, entre Podemos e IU. Até concordo com ela, em termos práticos. No entanto, ela é oposta ao que sempre defendeu Podemos, que recusou liminarmente qualquer aliança nas eleições de dezembro e, principalmente, à “transversalidade” (sim a “baixo-povo e cima-casta”, não a “esquerda e direita”) do ideólogo de Podemos, Íñigo Errejón.
Voltando a situar-se, para fins eleitorais, no binômio esquerda-direita, não admira que a exagerada flexibilidade volúvel de Iglesias (para não lhe chamar outra coisa) o tenha levar a posicionar-se de forma “imaginativa” na esquerda. É a nova social-democracia, a quarta, depois da traição da ala bernsteiniana na Grande Guerra, depois do esgotamento da segunda social-democracia do estado de bem estar, depois nada degenerescência originada pelo bairrismo, indo agora até à conciliação com o neoliberalismo.
Foi-se mais longe. Fazendo lembrar a tontice (que não desculpa a desonestidade) da questão posta pelo inefável candidato a Nobel da literatura José Rodrigues dos Santos sobre a raiz marxista do fascismo, discute-se agora na imprensa espanhola, com contribuição do próprio Iglesias, se os pais do marxismo, e até Lenine, foram sociais-democratas. É questão de sexo dos anjos, de jogar com as palavras fora do seu significado em cada época precisa.
Muito mais interessante parece-me a abordagem do escritor Paco Rodríguez de Lecea na Nueva Tribuna. Contra o esboço ideologicamente muito ambíguo que pablo Iglesias faz dessa mirifica “quarta social.democracia” no seu blogue “Otra vuelta de tuerka”, Rodríguez de Lecea enuncia os princípios caracterizadores de qualquer versão de social-democracia que não renegue as suas origens históricas, como movimento operário.
Baseia-se em grande parte numa análise do blairismo e da “esquerda instalada” pelo sociólogo e sindicalista italiano Bruno Trentin, no seu livro “La città del lavoro” (1997), de que não encontrou nenhuma tradução. Refere com ênfase uma posição de Trentin, segundo a qual um dos grandes erros permanentes da esquerda é atribuir as derrotas à conjuntura e às forças mais ou menos obscuras do capital, nunca olhando para os erros próprios.
Continuando, limito-me a transcrever parte do artigo de Rodríguez de Lecea, mantendo a versão castelhana:
Iglesias, o no conoce la aportación de Trentin, o la ha desdeñado. Paciencia. Pero no será posible revivir la gran tradición socialdemócrata y emprender un nuevo ciclo hegemónico, sin aplicarse a resolver antes los grandes temas trentinianos de las “culpas” situadas en nuestro campo. Con gusto comentaría esos temas por extenso, pero me cohíbe la certeza de estarme repitiendo, aparte de que la mucha extensión excede del alcance modesto de los apuntes de este blog. Me limitaré a situar tres ejes de discusión.
1) El “trabajo humano” y su posición central en la vertebración de la sociedad. He puesto entre comillas “trabajo humano”: todo el trabajo, retribuido o no, dependiente o no. Hay una rutina en el pensamiento económico que predica que la tecnología viene a resolver de forma “natural” la cuestión; pero el trabajo humano no mengua ni desaparece en presencia de las máquinas; simplemente se transforma. Hay de otro lado una reivindicación de “trabajo decente” que no debe confundirse con lo anterior. “Decente” está referido a las condiciones laborales y a la retribución justa del esfuerzo del trabajador manual o intelectual; “humano” apunta al sentido último del trabajo, a su utilidad colectiva y a las posibilidades que abre de autorrealización de las personas en una sociedad más solidaria, más “común”. En la visión de la izquierda histórica, el problema del trabajo fue sustituido en general por el del “empleo”. Política de pleno empleo ha significado la pretensión de “cuadrar la planilla” de la fuerza laboral del país con un puesto para cada trabajador y un trabajador para cada puesto. Una bella ambición, pero planteada como la solución a un problema administrativo de distribución mecánica de un trabajo sin cualidades en una sociedad sin horizontes.
2) Tanto desde el punto de vista del socialismo revolucionario como de la socialdemocracia, el objetivo principal de la política ha sido el Estado. Se dio en este punto un giro o una inversión significativa: primero el Estado era un obstáculo en el camino hacia la sociedad sin clases, luego un instrumento válido para alcanzar el fin de la emancipación, y por último se convirtió en un fin en sí mismo. Este proceso de mitificación del Estado como bloque sustentador supremo del poder, por parte de las izquierdas, ha corrido en paralelo a la permeación progresiva de sus estructuras y sus aparatos por parte de los poderes económicos “de facto”. A la institucionalización, por ejemplo, de las puertas giratorias y la colusión como método preferencial de la política económica.
3) La prioridad correcta ha de ser, entonces, cambiar primero el meollo de la sociedad para imponer luego ese cambio en las instituciones; primero son las estructuras, y luego las superestructuras. La libertà viene prima,reclama Trentin. Importa más la transformación molecular de las personas que los gestos mediáticos en las campañas electorales. Solo así será posible remover estructuras perjudiciales muy arraigadas en la actividad política del país, pero sobre todo en las mentalidades de las personas.
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